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La filosofía en la edad antigua: época patrística.

La patrística latina: San Agustín.

 

1. Dos corrientes.

 

El occidente cristiano carece de escuelas filosóficas o teológicas claramente determinadas, pero posee teólogos y filósofos de primer orden.

San Ambrosio y San Agustín, son netamente occidentalistas; y con ellos pasa a occidente el cetro de la cultura patrística.

 

 

2. San Agustín.

 

A. Vida y obras.

 

San Agustín (354-430) nació en Tagaste (Numidia), de padre pagano y madre cristiana. La lectura del Hortensius, de Cicerón, lo ganó para la filosofía al plantearle con toda agudeza los problemas de la verdad y del mal. Se ha exagerado la descripción de sus desvaríos juveniles. La sinceridad de sus "confesiones", escritas después de su conversión, dieron pie para ello. Proceso primero el maniqueísmo, para caer luego en el escepticismo de la nueva academia. Siendo profesor de retórica en Milán, se convirtió y fue bautizado por san Ambrosio. Regresando a África, funda un cenobio. Ordenado sacerdote por Valerio, le sucede en la sede de Hipona. Desde esta época consumió su vida en la organización de su iglesia y la lucha, de palabra y por escrito, contra las tres herejías dominantes: el maniqueísmo, el donatismo y el pelagianismo. Murió durante el asedio de Hipona por los vándalos. Contamos con numerosas obras de él.

 

B. Problema filosófico.

 

Los dos polos de la filosofía de San Agustín son Dios y el alma. En los "Soliloquios" lo expresa taxativamente:

...deseo conocer a Dios y al alma. ¿Nada más? Nada en absoluto.

La filosofía consiste propiamente en este conocimiento. Pero en estos dos polos de su filosofía van implicadas una multitud de cuestiones metafísicas y teológicas que San Agustín ha de tratar. En primer lugar, una teoría del conocimiento de Dios, del hombre y del mundo. En segundo lugar, san Agustín nos dará una filosofía del espíritu. Finalmente, legará a la humanidad la primera filosofía de la historia.

 

C. Dios.

 

San Agustín descubre en el hombre las huellas de Dios. Ellas nos llevan a la afirmación de que Dios existe. La prueba propiamente dicha radica, en la cuestión de la certeza. No es posible la duda absoluta; quién duda, sabe qué duda, y, por consiguiente, conoce. El hombre conoce por los sentidos y por la razón. Pero ¿No hay nada superior a la razón? Sí; por arriba de la razón encuentra san Agustín la verdad, una verdad inmutable, necesaria, eterna. Estos atributos de la verdad son atributos de Dios. Se hace necesario, pues, proclamar la existencia de Dios. El hombre posee vida, sentidos, razón, conocimiento. Y estas cosas sólo pueden tener las participadas de Dios.

 

La existencia de Dios también se demuestra por la belleza y el orden que reinan en el mundo. San Agustín, en realidad, no elabora racionalmente, en el sentido riguroso del vocablo, la prueba cosmológica. Pero ha dejado pinceladas magníficas e insuperables. Elabora un concepto metafísico (la mutabilidad), en función del cual puede construirse la metafísica entera. Hay seres que cambian en el tiempo y en el espacio: son los cuerpos, otros que cambian únicamente en el tiempo: son las almas; finalmente, hay un ser que de ninguna manera cambia: es Dios. Todo lo que cambia, todo lo mudable es criatura; lo inmutable es Dios.

 

En la búsqueda metafísica de Dios intervienen, con frecuencia, consideraciones religiosas. Tres etapas pueden distinguirse en nuestro conocimiento de Dios. Por el pensamiento lo buscamos, por la fe nos es dado y por el intelecto entendemos el contenido de la fe. El paso de una a otra etapa lleva aparejada la purificación moral por la gracia. ¿Qué significa esto? La filosofía de San Agustín es la primera gran filosofía cristiana. La filosofía nos lleva a la comprensión de la fe.

 

¿Qué sabemos de la esencia de Dios? Ante todo, Dios es inmutable. La inmutabilidad divina radica en que Dios es el sumo ser, el ser sin restricción, la plenitud del ser. En San Agustín se halla claramente formulada la distinción entre ser y tener, de gran predicamento en la filosofía actual. En rigor, Dios no tiene atributos; Dios es sus atributos. San Agustín se detiene a pensar con toda profundidad la palabra est. Tomada así la palabra, sólo de Dios se puede decir que es. Dios es el ser, mientras las cosas tienen ser. En Dios queda abolido el tener. Las infinitas perfecciones de Dios no están en “El como” en un ser que las tiene sino que son el mismo ser que las posee. En Dios no hay distinción entre el sujeto que tiene la perfección y la perfección tenida. Entre todas estas percepciones de Dios destaca la unidad. Ya para Plotino el unum era la máxima perfección. San Agustín, que conocía bien el neoplatonismo, lo registra así también. De una u otra, de Dios siempre uno y siempre el mismo, deriva la eternidad. Lo que es inmutable es eterno. En el es no hay pasado ni futuro. La inmutabilidad y la eternidad de Dios no significan, sin embargo, inercia. Dios es, por esencia, actividad, es decir, conocimiento y amor. Las actividades fundamentales de Dios derivan, según San Agustín, de su memoria, entendimiento y voluntad, con las cuales se enlaza su teología trinitaria.

 

D. El alma.

 

El otro polo de la filosofía de San Agustín es el alma. Al conocimiento del alma llegamos por la vía de la interioridad. El alma, en efecto, goza del privilegio especial de poder interiorizarse, meterse dentro de sí. Analizando el pensamiento (camino que más tarde habría de seguir Descartes), termina por definir el alma en función únicamente de sus operaciones intelectuales. Así queda probada la espiritualidad. Pero desde el mismo momento se nos plantea el grave problema de la unión del alma y el cuerpo. Para san Agustín, el alma se une al cuerpo por aplicación de su virtud vital y valiéndose de los elementos corporales menos alejados de su naturaleza espiritual. Afirma que Dios comunica al cuerpo su forma al darle el alma. Problema difícil fue la cuestión del origen del alma. Una cosa para él es clara: el alma se origina al mismo tiempo que el cuerpo. Con esto rechaza la teoría platónica de la existencia de las almas. En cuanto a su origen concreto, defendió al principio el generacionismo o traduciaismo. No obstante, más tarde las deficiencias del traduciaismo, y, si no llegó a defender formalmente la solución creacionista, al menos no la rechaza. El alma es inmortal, pues participa de la naturaleza de la verdad, y la verdad no muere. También es imagen de Dios. Y ello por varios conceptos: tiene memoria, entendimiento y voluntad, tres facultades distintas en una sola sustancia; se conoce a sí misma y es esencialmente activa.

 

E. Doctrina del conocimiento.

 

El alma se conoce a sí misma, al mundo y a los seres inteligibles. Pero para llegar al conocimiento es preciso superar el escepticismo. Ya dijimos que el escepticismo radical es imposible: quién duda, sabe qué duda. La duda presupone el conocimiento. El conocimiento, por de pronto, comienza con la experiencia. Pero la fuente de la certeza no es la experiencia externa, sino la interna. El alma, dijimos, es esencialmente activa. La sensación será recibida pasivamente en el sentido, pero activamente en el alma. Para san Agustín, la sensación es ya una especie de pensamiento, un hecho esencialmente inmanente. Lo que creemos recibir de fuera es concebido en nuestro interior. El camino hacia la verdad está en el interior:

...in interiori homine habitat veritas.

Por otra parte, las ideas, la verdad, no son creadas por el alma, que se limita a descubrirlas. Antes de existir el alma ya existía la verdad. Sí, pues, el alma la posee, la tiene que haber recibido; y no pudiendo venirle del exterior, le será dada por Dios. Dios infunde en el alma las ideas. San Agustín está lejos de la teoría de la reminiscencia de Platón. Inverso en el platonismo, modifica esencialmente a Platón.

 

F. El mundo.

 

El mundo no procede Dios por emanación, sino por creación de la nada y con el tiempo. Todo está hecho de materia, y de esta hay dos clases: una, corpórea, y otra, espiritual. Además de la materia, que es principio pasivo, todo lo creado se compone de un principio activo, de una forma. Los cuerpos, encierran un germen de actividad: es la teoría de las rationes seminales de los estoicos, que, según San Agustín, son depositadas en la materia por Dios mediante el verbo. Dios ha concebido y realizado desde su eternidad el plan temporal del mundo. Pero el grave problema de la existencia del mal, ahora se nos plantea. La solución que le da es original y profunda. Recuérdese que ninguna cosa creada es el ser, sino que tiene que ser. El ser, como tal, es bueno. Cada cosa concreta, en lo que tiene de ser, es buena. El mal es una falta de ser.

 

G. La ética.

 

San Agustín rechaza el intelectualismo de la ética griega para basar la moral en el primado de la voluntad. La voluntad es, en efecto, el motor de nuestras acciones. La bondad o malicia de la acción humana radica en la voluntad. Cuando adquiere conformidad con la ley divina la acción es buena. La felicidad consiste en la posesión de Dios por la contemplación y el amor.

 

H. La filosofía de la historia.

 

Como la vida individual, tampoco la vida social se funda únicamente en la razón. La vida social humana resulta ser un conjunto de acciones libres. La historia universal tiene un sentido. Dios, en su infinita providencia, dispone y dirige, sin menoscabo de la libertad humana, el acontecer histórico. Cuando los hombres se someten a esta providencia y son fieles a la gracia que penetra y corona la naturaleza, son unidos por el vínculo de la caridad (amor Dei) y constituyen la ciudad de Dios. Cuando son infieles a la gracia, la naturaleza se corrompe y las relaciones sociales se convierten en discordia; la vida se fundamenta entonces en el egoísmo (amor Sui) y los hombres constituyen la ciudad terrena.

 

Obras de San Agustín.

 

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