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La filosofía en la edad antigua: época helenísticorromana.

La filosofía en la edad antigua: época helenísticorromana.

El neoplatonismo.

 

 

1. Las tres corrientes neoplatónicas.

 

Con el neoplatonismo la filosofía helenisticorromana va a dejar de ser, definitivamente, puro quehacer intelectual para convertirse en un modo de vida religiosa. Es sintomático a este respecto a que el utópico proyecto plotiniano de fundar una ciudad de filósofos con rasgos externos tomados de la "República", de Platón, pero internamente semejante a los primitivos cenobios cristianos. La Platonópolis plotiniana, mitad escuela filosófica, mitad convento religioso, nos ilustra suficientemente no sólo sobre las hondas diferencias del neoplatonismo respecto del platonismo, sino también sobre las profundas discrepancias de todo el movimiento de la metafísica religiosa en relación con las escuelas morales precedentes. Al mismo tiempo sirve para advertir, por contraposición, la radical novedad del cristianismo, determinante de nuevas situaciones para el filosofar ulterior.

 

Van a existir tres corrientes plenamente diferenciadas: la alejandrinoromana, la siríaca y la ateniense.

El neoplatonismo alejandrinoromana fue fundado por Ammonio Saccas (175-240). Tiene su máximo representante en Plotino (203-270), es el más grande pensador de la época: su obra resume y supere la doctrina helenística. Dos rasgos principales caracterizan el neoplatonismo de Plotino: un exaltado espiritualismo y un monismo emanantista. Su discípulo y biógrafos Porfirio de Tiro (232-304) tiende a convertir la filosofía religiosa del maestro en religión propiamente dicha. Con Porfirio adquiere virulencia la lucha contra el cristianismo en el orden de la filosofía.

 

El neoplatonismo sirio fue fundado por Jámblico (330), discípulo de Porfirio. En el sistema de Jámblico se sintetizan, con los momentos fundamentales de la emanación neoplatónica, el repertorio de los dioses del paganismo, amén de una serie de ángeles y de demonios. Transformada así la doctrina religiosa en una dogmática del politeísmo, fue aprovechada por los enemigos políticos del cristianismo, como Juliano el apóstata (emperador durante los años 361-363), que estableció el paganismo como religión oficial del estado. Edesio, discípulo de Jámblico funda la escuela neoplatónica de Pérgamo e introduce la magia, pretendiendo poner en comunicación las almas del mundo sensible con las del mundo inteligible.

 

El neoplatonismo ateniense tiene por precursor a Temistio (fines del siglo IV), por fundado a Plutarco de Atenas (432) a quien suceden Siriano y Hierocles, y por representante máximo a Proclo (410-485), con quien puede considerarse virtualmente terminada la filosofía pagana del mundo antiguo. No respondiendo, en efecto, las enseñanzas de la escuela ateniense a las convicciones cristianas que había prendido ya en la mayoría de sus discípulos, y patentizada la insuficiencia del neoplatonismo para satisfacer las exigencias de la conciencia religiosa, el año 529 dio un edicto el emperador Justiniano clausurándola definitivamente. Sus últimos representantes, Damascio, Simplicio e Isidoro abandonaron el país. Con esto la filosofía pagana ha concluido.

 

 

2. Plotino.

 

Mientras la síntesis filoniana se hace en contacto con la religión judaica, el neoplatonismo propiamente dicho, cuyo fundador fue Ammonio Saccas, y su representante capital, Plotino, surge como un sincretismo de la doctrina platónica y la religión pagana.

La vida de Plotino se caracteriza por la curiosidad intelectual y una extraña espiritualidad.

 

Plotino escribió numerosos tratados que, recopilados después de su muerte por su discípulo Porfirio y ordenados en seis grupos de nueve, recibieron, por eso, el nombre de Ennéadas. Estos tratados tienen un valor muy desigual, pero en conjunto es la más genial de cuantas produjo la filosofía griega de este Aristóteles. La influencia de las Ennéadas fue muy considerable en los primeros tiempos de la filosofía cristiana.

 

El punto de partida es Dios. Plotino busca la realidad primaria, origen y fundamento de toda otra realidad.

Es el Uno, la plenitud de ser, de la divinidad y del bien.

El Uno rebosa y se expande, dando origen, por emanación, a nuevos seres. El Uno no encierra en sí composición alguna. No puede ser, por consiguiente, materia, porque a la materia conviene esencialmente estar formada por partes extensas. Tampoco puede ser espíritu, porque en el espíritu se da, al menos en función del conocimiento, la dualidad sujeto-objeto. El Uno está por encima de la materia y por encima del espíritu. Es más, sin el Uno no podría existir ni la materia plural ni el espíritu dual. Pluralidad y dualidad proceden de la unidad. No se queda todavía satisfecho con esto Plotino. Si bien se examina, la materia y el espíritu se reparten la totalidad del ser. Por consiguiente, el Uno está por arriba del ser. La perfección infinita del Uno lo coloca más allá de toda determinación concebible, y sólo puede ser expresada por vía de negación. Del Uno ha de negarse toda perfección infinita. Este es el sentido de la teología negativa de Plotino.

 

Con todo esto, alguna determinación positiva hace Plotino del Uno. Dice de él, por de pronto, que es el primero. Además, es energía, vida en su máxima plenitud, capaz de rebasar de sí mismo para dar origen a todas las cosas.

 

Del Uno, dijimos proceden por emanación todas las cosas. Ello se verifica merced a un proceso de causaciones en degradación creciente que, partiendo del Uno, terminan en la materia; que, naciendo en el bien, termina en el mal.

 

Del Uno procede, en primer término, el nous, el espíritu, una especie de duplicación del Uno. El nous piensa al Uno por reflexión. Hay ya en el nous dualidad de sujeto pensante y objeto pensado. En el nous se alojan las ideas, todo el mundo inteligible, el cosmos noetós del que hablara Platón.

 

Del nous procede el alma a modo de duplicación. El alma es engendrada por el nous por reflexión. Esta alma es un alma cósmica, un alma del mundo. Las almas individuales, por ejemplo, el alma humana, de las que hablaremos después, son una parte del alma del mundo. El alma recibe del nous las ideas.

 

El alma engendra la materia y origina el mundo sensible. Esto ha de entenderse como sigue: la materia es una especie de no ser engendrado por el alma. El mundo sensible se origina al imprimir el alma sus ideas en la materia. Cada cosa se constituye, pues, de un elemento positivo (la idea que pone el alma) impreso en un factor negativo (la materia). También en Platón las cosas del mundo sensible eran mezcla de ser y no ser; se componían de una forma (idea, o mejor, participación de una idea) y de una materia, que propiamente no es.

 

De esta manera, el proceso de emanaciones sucesivas que comenzaba en el Uno, en el bien, termina en la materia, en el mal, fuente de toda imperfección. En este proceso descendente, que procede a modo de causalidad eficiente, ha de ser recorrido en dirección opuesta, siguiendo una marcha ascendente, teológica. Por la causalidad eficiente venimos de Dios. Por la causalidad final volvemos a Dios. A la marcha de procesión de Dios habrá de corresponder un movimiento de conversión a la divinidad.

 

Con esto pasamos a la psicología y a la ética. Plotino toma de Platón, quien a su vez lo había hecho de los pitagóricos, la idea del origen del hombre en una caída y la reintegración del alma a los lugares celestes. Las almas humanas viven, en efecto, en el cosmos inteligible; en virtud de una tendencia a comerciar con la materia, caen en el mundo sensible, hundiéndose en un cuerpo. Así, el hombre se compone de alma y cuerpo. No es el cuerpo quien sostiene el alma; antes al contrario, es sostenido por ella. El alma no se aloja en una parte del cuerpo sino que está toda ella en todo el cuerpo. Aun después de la caída, y por su actividad superior, sigue el alma viviendo en el mundo inteligible del nous, y aún aspira a unirse con el Uno. El alma apegada a la materia no logra la vuelta al mundo inteligible; con la muerte del hombre transmigra a un animal o, incluso, a un vegetal. Las almas puras vuelven al cosmos inteligible y algunas veces al Uno.

 

La ética de Plotino ha de entenderse en función de esta vuelta del alma a Dios. La virtud propiamente es el ascender hacia la perfección, que habrá de culminar en la unión con Dios. Este ascenso comprende tres grados. El primero es la ascesis, el ejercicio de renuncia de las cosas materiales sensibles: su virtud es la catarsis. El segundo es la contemplación de la verdad y de la belleza espiritual, realizando las virtudes teoréticas. El tercero es el éxtasis, es decir, el estar fuera de sí y en estrecho contacto con la divinidad. El éxtasis es privilegio de las almas más puras. Cuando se verifica, el alma se sumerge en la divinidad, se convierte en el Uno, literalmente se diviniza. La mística de Plotino es también panteísta.

 

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