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Mediócrates Pensamiento Filosofía y Arte

La filosofía en la edad antigua: época helénica.

Los pluralistas conciliadores.

 

1. El problema fundamental.

 

Principios del siglo V a.c. aparecen en Grecia tres filósofos (Empédocles, Anaxágoras y Demócrito) caracterizados por el empeño común de conciliar a Parménides y Heráclito y resolver el viejo problema de la filosofía jónica. Replantean, en efecto, el problema de la naturaleza, pero no se trata ya de una naturaleza anterior o superior a las cosas, sino de la naturaleza misma de las cosas en compatibilidad con los cambios efectivos e innegables de las mismas. Para conciliar a la naturaleza y el cambio echarán mano de tres ingredientes fundamentales: la pluralidad de los elementos (corrección a Parménides), la primacía del ser sobre el devenir (modificación a Heráclito) y la noción de la fuerza cósmica (superación de la mera causalidad material de los jónicos).

 

 

2. Empédocles.

 

A. Vida y obras.

 

Empédocles de Agrigento (490-430) descendía de una noble familia siciliana; era físico, médico y filósofo. Parece que rechazó la corona de rey porque quería ser Dios. Como Dios inmortal; efectivamente, se presentaba ante sus discípulos. Valiéndose de sus conocimientos físicos, se hizo admirar cómo taumaturgo. La fama de que gozó en su tiempo fue realmente extraordinaria. Sus obras principales son dos poemas, de los que únicamente se conservan algunos fragmentos, y que llevan por título "De la naturaleza" y "Las purificaciones”.

 

B. Los cuatro elementos.

 

Empédocles está preocupado aún por el problema que se plantearon los primeros presocráticos, y pretende conciliar la inmovilidad del ser con la multiplicidad cambiante de las cosas. Los elementos constitutivos son cuatro: agua, aire, fuego y tierra. Empédocles los llama "Las raíces de todo”. Estos elementos son contrarios e irreductibles, eternos e inalterables. Por combinación diversamente dosificada dan lugar a todas las cosas. De esta manera parece que afirma que las diferencias meramente cuantitativas fundan las diferencias cualitativas del compuesto. Las cosas, propiamente, no nacen ni mueren, sino que aparecen y desaparecen, por unión y desunión de sus elementos constitutivos.

 

C. Las dos fuerzas.

 

Para explicar esta unión y separación de los elementos, Empédocles, admitía dos fuerzas contrarias: el amor, que une y crea, y el odio, que separa y destruye. La preeminencia de una u otra de estas fuerzas determina las alternativas del acontecer del cosmos. En el principio reinaba el amor, y, por ello, los elementos estaban unidos y constituían un estado armónico, inmóvil, divino. Después, entra en acción el odio, se produce la desunión y se origina el cambio y la multiplicidad. Y es entonces cuando aparece el mundo.

 

Con este esquema quiere Empédocles explicar también la biología y la psicología. En biología, comienza por afirmar que en un principio existieron grandes monstruos, seres imperfectos, cuyos órganos se separaron. Vuelven a unirse estos órganos por el amor, produciendo nuevos seres vivos, de los cuales sobrevivieron únicamente los suficientemente adaptados. Se ha querido ver en esta teoría de la supervivencia de los más actos un precedente del evolucionismo moderno. Explica el conocimiento de una manera ingeniosa. Los seres emiten corpúsculos que penetran por los sentidos, produciéndose la percepción al unirse al elemento del alma que les es homogéneo: el fuego se conoce por el fuego; el agua, por el agua, etc. El alma transmigra de unos seres a otros hasta que se ha purificado. Entonces deja este mundo para volver a una región celeste.

 

 

3. Anaxágoras.

 

A. Vida.

 

Anaxágoras de Calzomene (500-428) procedía también de una familia noble. Renunció a honores y riquezas para dedicarse a la filosofía.

 

B. Las homeomerías.

 

Anaxágoras creía imposible poder explicar con unos pocos elementos la constitución de todos los seres. Trataba de conciliar el ser inmóvil con la multiplicidad cambiante de las cosas. Para Anaxágoras, no hay verdadera generación ni corrupción. Las cosas son agregados de una infinidad de elementos invisibles, pudiendo ser divididas hasta el infinito sin que se llegue a los cuatro elementos de Empédocles. Las partículas más pequeñas de que se componen las cosas se llaman homeomerías. Estas son una especie de átomos cualitativos, infinitamente pequeños e infinitamente números. La aparición de las cosas se explican, en cierto modo, de manera contraria a como acabamos de ver en Empédocles. Así como en éste la mezcla de los elementos produce las cosas, en Anaxágoras, por el contrario, es la separación de las homeomerías de una misma clase que, al reunirse, se hacen visibles, lo que hace aparecer el nuevo ser. En el principio, las homeomerías estaban mezcladas, no constituyendo un cosmos (orden), sino un caos. El cosmos nació del caos por un proceso de separación, primero, y reunión, después, de las homeomerías de igual calidad. Este proceso no ha concluido todavía: en cada cosa hay homeomerías de todas las demás, que permanecen invisibles hasta que, separadas de la mezcla y unidas entre sí, dan origen a un nuevo ser.

 

C. El "nous".

 

El paso del caos al cosmos se produce mediante una fuerza exterior y superior a la mezcla, a la que llamó nous, mente, y a la que parece haber identificado con algo divino. El nous, principio de la ordenación del mundo, es la más pura de todas las cosas. No parece que Anaxágoras concibió el nous como un ser espiritual.

 

El nous es, por de pronto, un intelecto exterior al caos, que ha impreso en un punto determinado de la mezcla caótica un movimiento rotatorio, que se extiende cada vez más, hasta llegar a constituir el orden que aparece en el mundo actual. Por otra parte, el nous se halla presente en todo ser viviente. Cuanto mayor sea el fragmento de nous en el hombre, tanto más perfecto será su conocimiento.

 

 

4. Demócrito.

 

A. Vida.

 

Demócrito de Abdera (430/370) fue un viajero infatigable. Contemporáneo de Sócrates, vive, sin embargo, todavía preocupado por el problema del mundo exterior. Es, juntamente con su maestro Leucipo, del que apenas se sabe que existió, el creador del atomismo.

 

B. Los átomos.

 

Para Demócrito, en la base de todo lo real hay dos elementos: lo lleno y lo vacío. Lo lleno está constituido por partículas pequeñísimas, invisibles, llamadas átomos. Los átomos tienen de común el ser cualitativamente iguales, contrariamente a las homeomerías de Anaxágoras; pero difieren entre sí en la figura, en el peso y en la sutileza. Hay átomos ganchudos que se engarzan fuertemente entre sí y constituyen los cuerpos sólidos; átomos esféricos que forman los líquidos, y átomos esféricos pero muy sutiles que dan lugar a los gases.

 

C. El vacío.

 

Los átomos por sí solos no explican la constitución del universo, y menos el movimiento de las cosas. Al lado de los átomos, de lo lleno, es preciso poner el vacío, concebido por Demócrito como un espacio inmaterial, y sin el cual no podría producirse el movimiento, cuya existencia es evidente. La existencia del vacío se prueba por la consideración de que los cuerpos del mismo volumen son desigualmente pesados. Los cuerpos de escasa densidad deben contener más espacio vacío que los cuerpos de densidad mayor. En el universo entero no existe otra cosa que los átomos materiales y el vacío inmaterial en que se mueven.

 

El vacío de Demócrito no es lo mismo que el no ser de Parménides. Propiamente el vacío es un principio real, constitutivo de los cuerpos. Se diferencia de lo lleno por carecer de solidez. Los griegos distinguían entre ouk on (no ser absoluto, nada) y me'on (no ser relativo). El vacío no es una simple nada, un absoluto no ser, sino que es un ser espacial, un no ser relativamente a lo lleno.

 

D. El movimiento.

 

Con esto intenta Demócrito resolver el problema del movimiento, clásico en la metafísica presocrática. Los átomos se mueven, como movimiento eterno, en el espacio vacío. En un principio este movimiento se verifica de arriba abajo y en dirección rectilínea. Pero si tal movimiento se produjera siempre de la misma manera, los átomos no se encontrarían y no podían formar los cuerpos compuestos, y el mundo, tal como lo conocemos no se hubiera formado. Pero acontece justamente que en esta caída llegan algunos átomos a coincidir, por azar, con otros; entonces, por la violencia del choque, salen despedidos en todas direcciones, originándose la más variada diversidad de movimientos. El movimiento, como los átomos, es eterno. En su explicación no es necesario considerar ninguna fuerza extra cósmica. Los átomos se mueven por su propia naturaleza. Esta doctrina constituye el mecanicismo.

 

E. El materialismo.

 

Demócrito ha producido la forma más seria del materialismo antiguo. El ser se reduce al ser material. Todo cuanto existe, incluso el alma humana, es un agregado de átomos materiales. En la formación de estos agregados no influye ninguna causa extrínseca. El movimiento se reduce al cambio local.

 

El alma es principio de la vida y órgano del pensamiento, pero de naturaleza material, como los cuerpos. Perece por dispersión de los átomos que la integran; pero, siendo los átomos eternos, con la muerte del hombre, entra en nuevas combinaciones para dar lugar a otros seres.

 

Este materialismo es aplicado también a la teoría del conocimiento. Nuestro conocimiento se inicia con la sensación. Los cuerpos emiten una especie de imágenes tenuísimas, de ídolos, compuestos de átomos muy sutiles que penetran por los sentidos golpeando los órganos del alma. Así se produce la impresión y se realiza el conocimiento, el cual no siempre tiene valor objetivo. Demócrito es llevado a distinguir entre cualidades primarias y secundarias. Las primarias, como el peso y el volumen, son inherentes a las cosas en sí mismas, y, por consiguiente, objetivas. La secundarias, como el dolor, el sabor y del calor, son meras modificaciones de nuestra sensibilidad, y, por lo mismo, subjetivas. Desde el conocimiento sensible de las cualidades primarias podemos elevarnos al conocimiento racional que versa sobre los átomos y el vacío, únicos principios verdaderos y objetivos.

 

F. Conclusión.

 

Debemos observar que estos tres intentos de conciliar tuvieron mejor intención que éxito. No lograron una síntesis superadora capaz de resolver el problema capital de la filosofía presocrática. Tendrá que llegar Aristóteles para que, con un cambio esencial en la formulación del problema, queden puestas las bases de su verdadera solución.

 

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